sábado, 12 de mayo de 2007

VIAJE AL AMAZONAS: MANAOS

Los libros de geografía afirman que el Amazonas fluye desde los Andes peruanos al Atlántico, pero los brasileños reservan ese nombre a la parte del río que discurre entre la ciudad de Manaos, en pleno corazón selvático, y su desembocadura. El tramo anterior es el Solimoes, que al unirse con el Negro, a 18 kilómetros de Manaos, conforma esta gran arteria fluvial, la más larga y caudalosa de Suramérica.
El avión aterriza en Manaos, la floreciente capital del estado brasileño de Amazonas. Durante un largo trecho, antes de concluir el vuelo, la selva se extiende a tus pies; una anticipación de lo ignoto, de las variopintas emociones que suscita la inmensidad vegetal. Pero, camino ya de tu hotel, nada concuerda con lo que esperabas. Y aquí vas, sentado en el taxi, sacudiéndote el pasmo provocado por un desfile de despropósitos: avenidas, edificios y parques con remedos del Manhattan neoyorquino e ínfulas parisinas. Cosmopolitismo siglo XXI en el corazón del Amazonas. ¿Y la selva? ¿te preguntas-. ¿Qué ha pasado con la selva?

Esa misma tarde, o quizás a la mañana siguiente, te asomas al muelle flotante de la ciudad ¿el mayor del mundo, aseguran con orgullo los lugareños- y sólo entonces recuperas tu fe y olvidas el susto recibido a la primera de cambio. El río Negro se ensancha ante tus ojos, con hechuras marítimas y latidos insondables. Y más allá, sobre la margen opuesta que la calina torna difusa, intuyes la aventura y el misterio en la distante maraña arbórea que ¿ahora sí- engulle en su seno la totalidad del horizonte.

Las ofertas turísticas para engolfarse en el Amazonas son numerosas. Pero, antes de decidirte por alguna, puede que recorrer Manaos te parezca una buena idea. Hubo un tiempo en que fue la reina. Así la llamaban entonces, la reina del Caucho. No había ciudad más próspera, admirada y envidiada en toda la cuenca amazónica. Su historia comienza en 1669, con la fundación del fuerte de San José da Barra do río Negro, a 18 kilómetros del ¿Encuentro de las aguas?, donde el Negro y el Solimoes juntan sus respectivas corrientes sin mezclarse durante un buen tramo, la una limpia y oscura, la otra achocolatada por sus limos, en un espectáculo de inusual cromatismo. Perdida en plena selva virgen, la pequeña aldea que se estableció más tarde a su alrededor pasó dos siglos aislada del resto del país y del mundo.

Hacia 1890, la explotación del caucho y la concentración de las exportaciones en Manaos hizo florecer una infraestructura social y cultural sin precedentes. Los magnates del caucho movían fabulosas sumas de dinero y fueron estos ricos de nuevo cuño los que decidieron transformar Manaos en una metrópoli al estilo de las del Viejo Continente. Obras públicas y residencias permanecen hoy como testigos de aquella época: el teatro Amazonas y la plaza San Sebastián, complejo arquitectónico concebido por el italiano Domenico de Angelis; la Aduana y el muelle flotante, proyectados y prefabricados en Inglaterra; el mercado municipal, a imitación del de Les Halles de París; el palacio Río Negro, actual sede del gobierno del estado y antigua residencia de un excéntrico comerciante alemán, además de un sinnúmero de plazas y jardines.

La auténtica joya de Manaos es el teatro Amazonas, el mayor exabrupto de los tiempos del esplendor cauchero. Proyectado íntegramente en Portugal, fue inaugurado en 1896. En su desmedido afán vanguardista, la nueva aristocracia de Manaos no dudó en contratar a los más afamados artistas europeos de aquel tiempo. Sara Bernhardt y Enrico Caruso actuaron para públicos más sensibles a la elegancia y el refinamiento del espectáculo que a sus calidades artísticas. A saber: caballeros de levita y mujeres ¡con abrigos de visón! ¿el glamour ante todo-, a despecho de los sofocantes calores tropicales.

Otra de las maravillas de Manaos es su muelle flotante. Articulado para fluctuar con los cambios de nivel de las aguas ¿trece metros en algunas temporadas-, a su alrededor ha crecido todo un entramado de almacenes, restaurantes y tiendas instaladas sobre balsas conectadas entre sí por pasarelas que se extienden por las riberas del río Negro. Un cuadro singular, grávido de reminiscencias del Extremo Oriente.
Vía: Viajar

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